By admin Todos fuimos niños, les comparto una experiencia personal.
Por Laraña Chess
Ya hablamos cenado, un día antes de Navidad, no se movía nada en toda la casa, ni tan siquiera una brizna de viento que moviese algo, la velada había terminado y reinaba la calma.
Los calcetines vacíos colgados estaban en una pared de la sala, con la esperanza de que Santa Claus pronto viniese y los llenara de dulces y caramelos.
Mis hermanos y yo, ya estábamos en la cama, algunos ya sonreían con los sueños que iban una y otra vez a los dulces, caramelos y regalos que deseaban encontrar al día siguiente, en la mañana de Navidad.
Cuando casi dormía, abrazando a mi almohada y con el gorro puesto, un fuerte ruido me sacó de mi letargo, sentí que venía de afuera, del jardín.
Salté de la cama para ver qué pasaba, caminé hacia la ventana y con rapidez abrí las cortinas y me asomé para ver.
La luna llena reflejaba su luz en el piso de la calle y en el pasto del jardín, mojado por una pequeña llovizna recién caída, que hacía que brillasen como si fuera casi medio día.
Me pregunté que podía ser lo que causó ese ruido y de pronto lo vi, era un pequeño trineo tirado por varios renos que volaba veloz en el aire conducido por un hombre, al parecer un poco viejo y que iba vestido de rojo.
En ese momento emocionado comprendí que estaba contemplando a Santa Claus.
Los 9 renos se movían veloces como las aves, el silbó y los llamó alegremente a cada uno por su nombre:
” ¡Ahora Rodolfo, Brioso, Bailarín, Acróbata y Juguetón! ¡Cometa, Cupido! ¡Trueno y Relámpago! ¡Todos como uno!”
” ¡Detente en la parte superior del techo, baja en la terraza Rodolfo!”
Como las hojas secas que con del viento vuelan, así se movían, cuando se encontraban con un obstáculo en el cielo lo esquivaban.
Los renos pronto llegaron a la azotea junto con el trineo que cargaba una gran bolsa, llevando a Santa Claus.
De pronto escuché en el techo las cabriolas y el pataleo de las pezuñas de los renos, luego el silencio se hizo presente, pero sentí que algo iba a pasar, por lo que salí de mi cuarto y caminé de prisa para entrar a la sala.
Como siempre soñé, Santa Claus llegó de pronto con un salto y entro a la sala cayendo desde el techo, como si hubiera un hueco en la azotea.
Estaba vestido de rojo, con un abrigo y pantalón de piel, usaba un gorro en la cabeza con guantes en las manos, tenía un brillante cinturón negro en la cintura y calzaba unas enormes botas en los pies, su ropa estaba algo mojada por el sereno y frío de la noche.
Sobre su espalda llevaba una gran bolsa llena con un montón de cosas, se parecía a un ropavejero, a un vendedor ambulante.
Sus ojos brillaban, los hoyuelos de sus rosadas mejillas le hacían parecer más alegre y su nariz era como una cereza.
En su boca se dibujó una sonrisa como un arco mientras que su barba blanca como la nieve se movió con rapidez.
El cascabel de su gorro sonaba y se movía para todos lados haciendo que su cabeza pareciera rodeada por una corona de flores.
Co su cara ancha y el vientre redondo, decía alegremente: Jo, Jo, Jo… y se sacudía como un pedazo de gelatina mientras se reía.
Como su presencia era tan alegre y su sonrisa tan contagiosa, que yo también me reí cuando lo escuché.
Un guiño de su ojo y un gesto de su cabeza me hicieron comprender que no había nada que temer.
No dijo una palabra, caminó directamente a la pared, de su bolsa obtuvo dulces y caramelos con los que llenó todos los calcetines, en seguida, de nuevo de su bolsa, ahora sacó varios regalos envueltos en papel vistoso y que tenían grandes moños de colores, para luego colocarlos junto al árbol, que iluminado y adornado me pareció que feliz le sonreía.
Al terminar se volvió y me miró, puso un dedo al lado de su nariz y dedicándome un último guiño, brincó hacia el techo y desapareció.
Le oí saltar de nuevo a su trineo, luego dio un silbido y junto con los renos se fueron veloces tal como llegaron, para seguir su camino, pero antes de desaparecer aún le escuché exclamar mientras los conducía:
“Feliz Navidad para todos y que tengan Paz en esta Nochebuena”…